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RESILIENCIA: LA MEJOR “CASA” O ESPACIO PSICOLÓGICO DONDE VIVIR

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La casa muchas veces es una representación simbólica del mundo interior o espacio psicológico. Veamos porqué podemos encontrarnos confortables o a disgusto en este hábitat íntimo que estará relacionado con cómo se ha construido desde los cimientos.

Necesidades básicas

Tras la gestación, al nacer, los seres humanos somos aún muy inmaduros, lo que determina la dependencia de los bebés de los cuidados y protección adulta, en particular de sus progenitores. Estos cuidados son totalmente necesarios para sobrevivir, crecer y desarrollarse.

Las primeras semanas de vida tenemos capacidades muy limitadas. Podemos comunicar estados internos a través del llanto, mamar y responder mínimamente al entorno. Con cuidados y estímulos, a los tres, seis primeros meses y al año habremos experimentado una transformación espectacular, pasando a comunicarnos activamente, explorar con curiosidad el entorno y desplazarnos, cada vez con más autonomía.

Este proceso alcanza su apogeo cuando, aproximadamente a los 18 meses de vida, comenzamos a expresar nuestro espacio interno y lo que observamos utilizando las palabras. A través de estas entramos en el maravilloso, pero complejo, mundo de las representaciones: de nosotros o nosotras, de nuestras experiencias y de la realidad que nos rodea.

Aceptación

La maduración psicológica se fortalece si, especialmente, las figuras materna, paterna o cuidadora tienen la competencia necesaria para reconocer a sus hijos o hijas como sujetos de comunicación, compartiendo, hablando y jugando habitualmente.

Este aporte es fundamental, pero no es el único; al contrario, puede sumar esfuerzos y recursos coordinados con la escuela y la comunidad. Es justo reconocer que existen factores culturales, sociales y económicos en nuestra sociedad que fomentan situaciones y contextos favorecedores o perjudiciales para el desarrollo y el bienestar.

Ayuda mutua y búsqueda del sentido

«Los afectos permiten la emergencia de la generosidad y de la empatía como mecanismos constructivos eficaces. Está ampliamente demostrada la importancia de la afectividad en todos los desarrollos, ya sean biológicos, cognitivos, comportamentales, afectivos e incluso intelectuales. Sin afecto, todo se detiene.» Boris Cyrulnik

Esto acompaña a la representación de nosotros mismos o nosotras mismas coherente con nuestras emociones y sentimientos, a la que poco a poco se van agregando características que corresponden a atributos físicos, formas de ser, tendencias de comportamiento y modos de relacionarnos con otras personas.

Autoestima y sentido del humor

Una autoestima segura y confiada, da una identidad personal sana y congruente con una capacidad para modular emociones, comportamientos y creencias en función del respeto a uno mismo o una misma y a otras personas. En conjunto, estos son facilitadores naturales de la transformación de debilidades en fortalezas y recursos de supervivencia para desarrollar un proyecto de vida constructivo.

Es admirable el constante proceso creativo de niños o niñas con el fin de hacer frente a los desafíos del desarrollo y a las dificultades de sus entornos de vida. Pero hay que recordar que muchas de las capacidades en la infancia aún son potenciales: para desarrollarse deben ir acompañadas del reconocimiento y estímulo de las interacciones permanentes con los miembros de su entorno familiar y social.

A lo largo de toda la vida, la resiliencia seguirá estando influenciada por las condiciones, al tiempo que, con ella, niños o niñas podrán ejercer una influencia positiva, a su vez, sobre los miembros de su entorno, en especial sus iguales.

Apertura a nuevas experiencias

Todas las personas tienen la capacidad de sobreponerse a los desafíos y adversidades de la vida gracias al apoyo afectivo y social de sus «tutores o tutoras de resiliencia», sean cuales sean las experiencias que han vivido.

Si en la infancia se padecen adversidades y calamidades provocadas por adultos, los niños o niñas pasan a usar recursos para subsistir, entre ellos, mecanismos y estrategias psicológicas o conductuales, como, por ejemplo: auto inculparse de lo que sucede, la minimización del sufrimiento y del dolor, el bloqueo, la adopción de conductas agresivas, la hiperactividad, etc. Aún en la infancia o ya en la adolescencia se pueden encontrar una o varias personas que apoyen para salir del «encierro» y poder abrirse a la vida.

Los niños y las niñas queridas y bien tratadas habitualmente o en algún momento desarrollarán una autoestima o vivencia de sí mismos y sí mismas positiva y segura, lo que explicará su interés por el mundo que les rodea, que poco a poco van integrando, para poder trascenderlo. La resiliencia, así, es «la capacidad de una persona o grupo para desarrollarse bien, para seguir proyectándose en el futuro, a pesar de los acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves» (Manciaux, M., Vanistendael, S., Lecomte, J. y Cyrulnik, B., 2003).